lunes, 22 de marzo de 2010

Las huellas que marcan el camino...


A orillas del río Piedra me senté y lloré. Cuenta una leyenda que todo lo que cae en las aguas de este río —las hojas, los insectos, las plumas de las aves— se transforma en las piedras de su lecho. Ah, si pudiera arrancarme el corazón del pecho y tirarlo a la corriente; así no habría más dolor, ni nostalgia, ni recuerdos.
A orillas del río Piedra me senté y lloré. El frío del invierno me hacía sentir las lágrimas en el rostro, que se mezclaban con las aguas heladas que pasaban por delante de mí. En algún lugar ese río se junta con otro, después con otro, hasta que —lejos de mis ojos y de mi corazón— todas esas aguas se confunden con el mar.
Que mis lágrimas corran así bien lejos, para que mi amor nunca sepa que un día lloré por él. Que mis lágrimas corran bien lejos, así olvidaré el río Piedra, el monasterio, la iglesia en los Pirineos, la bruma, los caminos que recorrimos juntos.
Olvidaré los caminos, las montañas y los campos de mis sueños, sueños que eran míos y que yo no conocía.
Me acuerdo de mi instante mágico, de aquel momento en el que un «sí» o un «no» puede cambiar toda nuestra existencia. Parece que no sucedió hace tanto tiempo y, sin embargo, hace apenas una semana que reencontré a mi amado y lo perdí.
A orillas del río Piedra escribí esta historia. Las manos se me helaban, las piernas se me entumecían a causa del frío y de la postura, y tenía que des-cansar continuamente.
— Procura vivir. Deja los recuerdos para los viejos —decía él.
Quizá el amor nos hace envejecer antes de tiempo, y nos vuelve más jóvenes cuando pasa la juventud. Pero ¿cómo no recordar aquellos momentos? Por eso escribía, para transformar la tristeza en nostalgia, la soledad en recuerdos. Para que, cuando acabara de contarme a mí misma esta historia, pu-diese jugar en el Piedra; eso me había dicho la mujer que me acogió. Así —recordando las palabras de una santa— las aguas apagarían lo que el fuego escribió.
Todas las historias de amor son iguales.
P. Coelho.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Atada con una cuerda desde la que salen las palabras

Son las 1.46 y no puedo dormir. Como Freud, ando analizando enredaderas de las que quizá no hay que enredar, pero que, con los genes que tengo, son inevitables de analizar.

Tumbada en la cama y mirando mi particular cielo nocturno, dándole al rum rum...creo que puedo afirmar que amo a una persona maravillosa. Es una de esas cosas con las que te sientes bien, cada mañana una sonrisa te levanta diciendo que te quedan pocas horas para volver a respirar, y eso es por que vas a verle a él.


 Es una atadura de cuerdas desde las que salen las palabras. Palabras que se llenan de significado tan sólo con unas pocas letras. ¡Y pensar que al principio estaba hecha un mar de dudas! Ahora un esbozo de sonrisa me desfigura esa idea. Creo recordar que si no desde nunca, hace mucho tiempo que no sentía algo tan fuerte por una persona. Y por ello le tengo que dar las gracias por ser cómo es.



Es una entrada corta, pero...Te Quiero.